La evasión fiscal no es un talento por el que haya que felicitar a las empresas, sino un robo
Eva Joly agosto 2020
Empecemos primero con un reconocimiento. Bravo a Dinamarca, que abrió el camino, pero también a Polonia, Italia y Francia, que han anunciado que las empresas con sede o filiales en guaridas fiscales —sin contar con actividad económica real— no tendrán derecho a contar con ayudas públicas para hacer frente a la crisis del coronavirus. Así, los gobiernos hacen saber al público que tienen en cuenta su frustración. Ya no es posible justificar los planes de austeridad que han puesto de rodillas a los servicios públicos, empezando por la sanidad, mientras se rescata a grandes grupos que ponen en la cuerda floja a sus trabajadores al tiempo que siguen pagando dividendos a sus accionistas o bonus a sus altos ejecutivos. Tampoco es políticamente aceptable hacer regalos a las multinacionales cuya creatividad en términos de evasión o elusión fiscal y optimización es ilimitada.
Por encima de todo, el objetivo es hacer que los grandes grupos paguen la parte justa de lo que les corresponde: estas promesas son, por supuesto, el resultado de la magnitud de la sangría de las finanzas públicas en un momento en que el producto interno bruto se está derrumbando con un ritmo acelerado – una caída de 7,2% en América Latina, según el Banco Mundial en 2020. En todas partes se está solicitando la intervención del Estado al rescate para evitar una explosión de desempleo y quiebras en cascada.Pero esta toma de conciencia desde el ámbito de la responsabilidad pública es también el resultado de años de campañas, en todo el mundo, de denunciantes, periodistas, ONG, think tanks e incluso de ciertos partidos políticos, para dejar claro que no, la evasión fiscal no es un talento por el que haya que felicitar a las empresas, sino un robo. Y el hecho de que se produzca y se tolere, amparado por un sistema fiscal internacional anticuado e injusto, no lo hace más justificable.
Estos mismos actores
están ahora vigilando para evitar que los anuncios sobre los límites de la
ayuda pública sucumban ante la hipocresía. Sí, tenemos que ayudar a las
empresas, para preservar los puestos de trabajo y reactivar la economía una vez
que lo peor de la pandemia haya pasado. Pero no de forma incondicional. Para
tener acceso a estos fondos, las empresas deben comprometerse a no utilizarlos
para reestructurar sus deudas —los bancos harían así que los Estados asumieran
los riesgos del pasado, recuerden 2008—, ni para despedir a trabajadores, sino
también para transformar su actividad hacia una economía más verde.
Este es el momento de
abordar la evasión fiscal. Sin excusas. No podemos aceptar que una empresa que
reclama ayuda estatal siga reportando altos beneficios en países con impuestos
muy bajos, donde tiene, en el mejor de los casos un puñado de empleados, y
pérdidas donde concentra el grueso de sus actividades, pero donde los impuestos
son más altos. Cada año, el 40%
de los beneficios internacionales de las
multinacionales se declaran en guaridas fiscales. Estos fondos podrían
financiar la salud, la educación y el conjunto de las inversiones públicas que
son esenciales para una recuperación más justa.
Seamos claros sobre
qué es una guarida fiscal. No estamos hablando solamente de los llamados
destinos exóticos, como las Islas Caimán, sino también de todas las
jurisdicciones con «fiscalidad muy ventajosa», como Singapur o Hong Kong.
También se pueden encontrar dentro de Europa: al optar por establecer sus
filiales en los Países Bajos, Luxemburgo, Suiza y Gran Bretaña, las
multinacionales estadounidenses por sí solas hacen que la Unión Europea pierda
casi 25.000 millones de euros en impuestos de sociedades al año, revela
la ONG Tax Justice Network. Las principales víctimas de esta
apropiación indebida son los cuatro países de la Unión Europea donde los casos
de Covid-19 fueron más numerosos: 6.400 millones de euros de pérdidas de
ingresos para Francia, 3.700 millones para Alemania, un poco menos para Italia
y 1.800 millones para España.
A corto plazo, nada
impide que quienes son ahora los grandes perdedores de estas prácticas de
evasión fiscal, como Francia, Alemania, España o Italia, tomen la iniciativa de
disciplinar a sus propias multinacionales. Si estas grandes corporaciones
quieren tener derecho al rescate público, deben hacer total transparencia sobre
sus prácticas, haciendo pública una imagen consolidada de sus actividades país
por país («reporte país por país» en la jerga tributaria). Sobre esta base,
cada Estado podrá tomar la decisión de recaudar los impuestos que las guaridas
fiscales decidan no recaudar, desempeñando el papel de facto de recaudador de
impuestos de último recurso. Esta propuesta, hecha por Gabriel Zucman, miembro
como yo de la ICRICT, una comisión que aboga por la reforma de la fiscalidad de las
multinacionales, elimina cualquier incentivo para que las guaridas fiscales y
otros territorios propongan una reducción agresiva de las cargas tributarias.
Esta sería una
verdadera revolución, si los Estados se niegan a ayudar a las empresas que
siguen queriendo beneficiarse de la infraestructura y de una fuerza de trabajo
sana y educada, en los distintos países en los que operan, pero sin contribuir
a su financiación. Frente a las crisis sanitarias y climáticas, la solidaridad
es nuestra única salida.
* Eva Joly es
miembro de la Comisión Independiente para la Reforma Internacional del Impuesto
sobre Sociedades (ICRICT) y ex miembro
del Parlamento Europeo, donde fue vicepresidenta de la Comisión de
Investigación sobre el Blanqueo de Dinero, la Evasión Fiscal y el Fraude.
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