viernes, 29 de septiembre de 2023

La palabra políticos

 


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Hay palabras cuyo plural se fostia con su singular. La hostia es una cosa, unas hostias muy otra. La esposa y las esposas, el carácter y los caracteres, la masa y las masas. Así que no es raro que 
políticos —como en “los políticos”— sea tan distinto de político.

Hace tanto un filósofo heleno dijo que el hombre era un zoon politikon, un animal político: un ser hecho para vivir en la polis o ciudad y compartir con los otros su manejo, su gobierno. La idea duró poco: ya los romanos dejaron de aplicarla y la cambiaron por el poder total de uno, el imperator, césar o zar, el rey.

Y así nos fue durante siglos: no había políticos o, por lo menos, en nuestras sociedades nadie los llamaba así. Gobernaba un pequeño grupo de confabulados que habían conseguido ese lugar gracias al mérito indudable de haber nacido en él y dedicaban su tiempo a un doble juego: aliarse para conservar el poder del grupo, pelearse para decidir quién tenía más poder dentro del grupo. Esos “nobles” fueron los únicos que tuvieron la posibilidad de ciertas decisiones hasta que la política y los políticos volvieron: la insurrección americana, la francesa y otros levantamientos, tan políticos, armaron un mundo en que ser político, hacer política, era la única forma de ejercer el poder del Estado —salvo cuando lo secuestraba un general desaforado.

Ya hace dos siglos que, de una forma u otra, son “los políticos” los que conducen nuestras naciones. Los políticos son un subproducto —ahora repudiado— de una de las mejores conquistas de la humanidad —ahora repudiada—: la convicción de que podemos y debemos intervenir en la cosa pública y que para eso tenemos, supuestamente, la posibilidad de elegir quien la gobierne.

Nos costó mucho —mucho tiempo, muchos esfuerzos, mucha sangre— conseguirlo, pero ya no nos parece un logro. Ahora la participación política de la mayoría consiste en votar a alguien sin grandes averiguaciones y después sentirse decepcionado porque ese señor hizo lo que cualquiera podía saber que haría y entonces dedicarse a odiarlo como si fuera el clásico marciano recién bajado de su dron descapotable. Las sociedades, en general, no se hacen cargo de lo que hacen: pocos ejemplos más burdos, más brutos que su relación con los políticos que encumbran. Como si les llovieran, como si fueran conquistadores en sus caballos de madera.

Porque lo importante es poder echar culpas. Nosotros somos los buenos, ellos los perversos. En épocas más cristianas, lo mismo decían los curas del famoso Diablo: todo estaba bien, pero el Malo solía meter la cola y arruinarlo. La gran diferencia es que estos Malos no estarían ahí si no los eligiéramos. Su única razón somos nosotros —por presencia o ausencia, acción u omisión.

Así que los políticos, nuestros representantes, se convirtieron en una raza —una “casta”— odiosa y odiada. La política está tan desprestigiada que se ha vuelto un coche-escoba de mediocres: casi ningún joven despierto piensa, cuando piensa su vida, que quiere ser político, porque serlo es ser uno de esos seres oscuros que nos manipulan desde salones y sillones. Un ejercicio que queda para los más perversos o los que no se ven capaces de medrar con otra cosa: premio consuelo para desconsolados.

Entonces los pensamos —por qué será— como personas que usan el pretexto del bien común para conseguir su propio bien, saciar sus apetitos de famas o dineros, encontrar la mejor forma de engañarnos. El desprestigio les sirve: gracias a él nos distanciaron de la política, se la quedaron ellos. Es un recurso cruel, muy eficaz, tan cerca del suicidio: nos convencieron de que la política es eso —tedioso, retorcido, un poco hediondo— que hacen los políticos.

Y es tanto más. La política es, para empezar, la única forma conocida de mejorar nuestras vidas, nuestras relaciones, nuestro modo de estar en el mundo. Pero, para eso, tenemos que creer que no es esas reyertas y querellas, barullos y chanchullos que ellos montan en sus despachos y sus restaurantes. Que la política debería ser reunirse y organizarse para conseguir cosas, desde una buena sanidad hasta la posibilidad de gobernarnos entre todos o aumentar la frecuencia del tren, desde una justicia justa y útil hasta la creación de un parque o el fin de los grandes privilegios. Recordar que la política es mucho más que eso que hacen los políticos, recuperarla, es la única esperanza de salvarnos.

O de empezar, al menos, a intentarlo.

Martí Caparrós - EPS

 


martes, 12 de septiembre de 2023

LA DEUDA DE CÉSAR ALIERTA

 

Telefónica: un campeón del dividendo al que le pesa la deuda de César Alierta

La compañía ha reducido su deuda un 48% desde que Álvarez-Pallete tomase las riendas

                                                 César Alierta en una foto de archivo

José María Álvarez-Pallete llegó a la presidencia de Telefónica el 8 de abril de 2016. El directivo madrileño, licenciado en Ciencias Económicas por la Universidad Complutense de Madrid, llevaba una vida en la operadora de telefonía. Empezó a trabajar en 1999 como director general de Finanzas, de ahí pasó a la presidencia de Telefónica Latinoamérica y Telefónica Europa (incluida España) hasta ocupar el cargo de consejero delegado y mano derecha de César Alierta en 2012. La 'teleco' desde su llegada arrastra una caída en bolsa del 28% y su capitalización le convierte en la novena compañía más valiosa del Ibex 35 con 22.150 millones de euros. El grupo llegó a valer 106.370 millones de euros en el año 2000 cuando alcanzó sus máximos históricos en bolsa.

Esta situación de debilidad en el Ibex 35 fue uno de los motivos que hizo que este martes la compañía de telecomunicaciones Saudi Telecom irrumpiera en el capital de Telefónica con el 9,9% de sus acciones al invertir 2.100 millones de euros y se conviertiera en su primer accionista por delante de BBVA (4,87%), BlackRock (4,48%) y CaixaBank (3,5%). La operación saudí se estructura en una compra directa del 4,9% del capital y otro 5% a través de instrumentos financieros. La última palabra, en cualquier caso, la tendrá el Gobierno que podrá tumbar la adquisición por tratarse de una empresa estrátegica con presencia en el sector de la Defensa a través su filial de ciberseguridad y satélites.

"El mercado ve en Telefónica una compañía que tiene un buen negocio, pero que podría mejorar en la gestión. La acción está barata respecto a sus beneficios, pero tiene una competencia brutal en su sector. El coste de la deuda le pesa aunque está en un proceso de desapalancamiento que viene de lejos y creemos que ese es el camino para revertir la situación. Desde sus mínimos históricos, que fueron en la pandemia, se revaloriza un 38%", explica Darío García, analista del bróker XTB.

La deuda es una de las claves que marcan la gestión de Álvarez-Pallete. En ocho años ha reducido el pasivo de la 'teleco' en un 48%. El 'primer espada' de la mayor 'teleco' española se encontró con un pastel envenenado cuando asumió la presidencia de la compañía: un pasivo de 53.000 millones. Su antecesor, el aragonés César Alierta se dedicó a abrir nuevos mercados en América Latina, comprar infraestructuras de telecomunicaciones y multiplicar el tamaño del grupo gracias al endeudamiento.
 Telefónica arrastra ahora una deuda de 27.479 millones, con un ratio de endeudamiento -proporción de financiación ajena que posee una empresa frente a su patrimonio- del 26% y una deuda sobre el beneficio operativo (ebitda) de 2,6 veces.

Esto le deja como la cuarta 'teleco' europea con mayor deuda sobre las ganancias que genera su negocio sólo superada por Telecom Italia, que arrastra problemas financieros desde hace años, la sueca Telia y la alemana Deutsche Telekom entre las once grandes cotizadas del sector. En el primer semestre del año los pagos de intereses se elevaron hasta un 4,9% debido a pagos extraordinarios, aunque desde la compañía apuntan que "el coste efectivo de los pagos de intereses relacionados con la deuda -últimos 12 meses- se sitúa en el 3,47% a junio de 2023".

"Cerca de un 77% de su deuda es a tipo fijo, sin embargo si los tipos de interés se consolidan cerca del 4% a medio plazo esto va a suponer un mayor coste financiero para una compañía como Telefónica. La reducción de su pasivo se ha hecho vendiendo negocios y esto hace que cada vez sea una empresa más pequeña. Otro problema que arrastra la operadora es que la rentabilidad del capital está por debajo del coste de capital, ya que sus negocios en España -30% de su negocio- y Ámerica Latina tienen una rentabilidad financiera (ROE) baja", comenta el analista de GVC Gaesco Juan Peña.

La rentabilidad financiera media del sector se encuentra en el 13,6% y la del antiguo conglomerado público español es del 6,15%, en la franja baja si se compara con el 36% de Deutsche Telekom, del 25% de la neerlandesa KPN o del 20% de Vodafone 

Peña también sostiene que el sector de las telecomunicaciones en Europa se encuentra herido de muerte mientras la Comisión Europea defienda una competencia tan encarnizada entre las más de ciento cincuenta compañías que se estima que operan en el Viejo Continente.

El Periódico 12/09/2023