Los grandes bloques están tomando posiciones para mantener su hegemonía en un mundo con menos recursos y en el que las reglas del juego serán otras
El Submarino nuclear estadounidense USS Alexandria durante unas maniobras
en la costa de California en julio. PETTY OFFICER 2ND CLASS COLBY MO / FLICKR
Aunque la invasión rusa de Ucrania parece situar el centro del teatro de
operaciones en el Este de Europa, algo está ocurriendo un poco más alejado del
foco, como entre bambalinas. Algo muy importante. El viraje del centro de poder
del mundo desde el océano Atlántico hacia el Pacífico. Una mudanza que irá
coincidiendo, paradójicamente, con un aumento de las posibilidades de conflicto
bélico –incluso nuclear– a gran escala, en una era marcada por el descenso
energético. Todo normal y bien.
La Administración Biden difundió hace pocos meses el documento Estrategia Indo-Pacífico en el cual
declaran: “Ninguna región será más importante para el mundo y para los
estadounidenses que el Indo-Pacífico”. Recientemente, China ha cerrado un
acuerdo de defensa y seguridad con las Islas Salomón, un acuerdo
insignificante, pero que ha puesto nerviosos tanto a estadounidenses como a
australianos.
Estos sucesos que dibujan una tendencia peligrosa ya han sido analizados
por Rafael Poch o Xulio Ríos, quien recientemente alertó del creciente riesgo de conflicto en Taiwán. También lo ha tratado Olga Rodríguez, que en este artículo señala que “la inercia hacia un
marco de guerra, como si fuerzas irreversibles de la historia nos llevaran a
ella, es evitable”. No podemos estar más de acuerdo con esa frase,
y para ello, qué mejor que identificar qué fuerzas son esas, para tratar de
entenderlas y así poder desactivar su aparente irreversibilidad.
La trampa de Tucídides 2.0
La trampa de Tucídides es un concepto creado en 2015 por el politólogo estadounidense Graham Allison. Hace referencia al conflicto entre Atenas y Esparta –narrado por
Tucídides en Historia de las Guerras del Peloponeso– como una
manera de explicar el dilema que existe entre una potencia hegemónica pero en
decadencia (Esparta - Estados Unidos) y otra en ascenso (Atenas - China). El
temor a que la potencia emergente acabe siendo la dominante llevó supuestamente
a Esparta a iniciar una guerra contra Atenas, la cual ganó, evitando así el
ascenso de su rival, aunque pagando un alto precio en forma de desgaste.
¿Es Rusia el verdadero rival de Estados Unidos? No, por supuesto que no. Es China. La guerra en Ucrania, Tucídides no lo quiera –y sobre todo tampoco los halcones estadounidenses–, podría ser la antesala de un conflicto mayor para evitar el ascenso final de una potencia emergente que ya domina los sectores industrial y económico. Le falta el militar, aún muy claramente del lado de la organización atlántica. Que vivamos una época nuclear no disminuye el riesgo de que la OTAN –la que se reúne dentro de un mes en Madrid– considere esta opción.
Otro factor –probablemente el más importante– que hay que tener en cuenta
en esta historia es el energético. EE.UU. es un gran consumidor de energía.
China, también. De hecho, superó a EE.UU. hace aproximadamente una década como
el primer consumidor de energía del mundo. Y en ambos países el consumo de
energía crece sin cesar. Normal: numerosos estudios, como los del economista y
profesor de la Sorbona Gaël Giraud, han mostrado que la pretendida
desmaterialización de la energía es solo un mito, que si se quiere seguir
creciendo económicamente, el consumo de materiales y de energía tiene que
crecer, aquí o en el lugar al que hayamos deslocalizado la fábrica que nos
suministra los productos.
La cantidad de energía que nos proporcionan los combustibles fósiles y el
uranio ya no crecerá más. Peor que eso, caerá con fuerza durante esta década
Pero resulta que la disponibilidad de energía en este planeta es finita y
que las fuentes de energía no renovables (petróleo, carbón, gas natural y
uranio), que nos proporcionan el 90% de nuestro consumo de energía primaria,
han tocado techo. Faltando minas y yacimientos tan buenos como los que agotamos
en las décadas precedentes, la cantidad de energía que nos proporcionan los combustibles
fósiles y el uranio ya no crecerá más. Peor que eso, caerá con fuerza durante
esta década, lo que ya se ha empezado a notar, y de qué manera: cortes de luz
en China por falta de carbón, falta de diésel y de queroseno para aviones en la
costa Este de EE.UU., inventarios de combustible en mínimos por todas partes,
aumento de precios generalizado, la verde Unión Europea aumentando la proporción de carbón en el mix…
Los grandes bloques están tomando posiciones para mantener su hegemonía en
un mundo con menos recursos y en el que las reglas del juego serán otras.
Rusia, por razones históricas, miraba hacia Europa y por ello ve con recelo la
expansión de la OTAN en los países del Este europeo. Europa, por su lado, mira
sobre todo hacia África, como demuestran las operaciones militares auspiciadas
por Francia en el Magreb o los planes de producir hidrógeno verde para Alemania
patrocinados por el gobierno teutón en Marruecos, Namibia o Congo. China
también tiene intereses en África, pero mira todavía más hacia el Sudeste
Asiático, pretendiendo extender su área de influencia y ganarle la carrera a su
gran rival regional, la India, que aún está demasiado ensimismada en su
grandeza y su enorme diversidad cultural y étnica. ¿Y EE.UU.? ¿Hacia dónde mira
EE.UU. para afrontar la Era del Descenso Energético?
EE.UU. ha empezado a girar su atención hacia el Pacífico, con la cada vez
más declarada intención de que este océano deje de hacer honor a su nombre
De manera natural, EE.UU. debería mirar hacia Sudamérica, pero se resiste a
abandonar su papel de imperio planetario. Con más de 800 bases repartidas en
más de 70 países, los amigos americanos tienen todavía
intereses repartidos por todo el planeta. Y si bien el expansionismo africano
de los europeos no les quita el sueño, sí que les preocupan y mucho las
veleidades rusas en Europa, y aún más las ambiciones chinas en el Sudeste
Asiático. Por eso EE.UU. ha empezado a girar su atención hacia el Pacífico, con
la cada vez más declarada intención de que este océano deje de hacer honor a su
nombre.
Una parte importante de la estrategia americana se centra en la protección
de Taiwán, lugar crítico por ser uno de los dos países (el otro es Corea del
Sur) que alberga las más avanzadas fábricas de microchips de última generación.
China no ha ocultado nunca su interés por recuperar el control de la que
considera una isla rebelde, parte de su territorio nacional. Por eso el juego
de maniobras militares estadounidenses, replicadas con maniobras militares
chinas, durante los últimos meses. Y unas recientes declaraciones de Biden en
su visita a Japón –como buscando complicidades en un lugar nada casual– han
añadido un poco más de picante al asunto: “Defenderemos Taiwán si China lo ataca”.
Debido a la escalada de tensión, otra parte importante de la estrategia
americana son las alianzas en la zona: AUKUS, la reciente entente con Reino
Unido y Australia, quien también ve con recelo el avance imparable de la
influencia política china en su flanco noroccidental y con la que coincide
también en la QUAD: otra alianza militar –en este caso resucitada- que incluye
a India y Japón.
China ya está librando su guerra de conquista de manera relativamente
incruenta: la primera víctima ha sido Sri Lanka
Y sin embargo China ya está librando su guerra de conquista de manera
relativamente incruenta: la primera víctima ha sido Sri Lanka, que recibió con
los brazos abiertos las inversiones chinas en puertos y otras infraestructuras
y ahora tiene a China como su principal acreedor y negociador en la definición
de las condiciones de liquidación económica y política de la gran isla del
Índico. Pero Sri Lanka no es el único país en manos chinas, solo el primero en
caer: la estrategia de la Nueva Ruta de la Seda de China, financiando nuevas
infraestructuras en otros países con créditos aparentemente ventajosos pero en
la práctica impagables, dado su alto monto, les está dando grandes réditos.
A pesar de que su estrategia de dominio es más comercial que militar, China
es bien consciente de la Trampa de Tucídides y sabe perfectamente que EE.UU. no
se quedará impasible mientras continúa avanzando escalones hacia la hegemonía
de su región, y por eso continúa con su rearme y mostrando su músculo militar
cuando precisa. Y a pesar de que EE.UU. apuesta más por la intimidación física,
juegan también algunas de sus cartas con sutileza, esperando estrangular el
acceso de China a los preciados y cada vez más escasos recursos: de ahí todos
los problemas con el carbón australiano que China embargó durante meses o las
recientes protestas de Japón por las prospecciones de China en el Mar de la
China.
Todo este vertiginoso choque de trenes a cámara lenta es la consecuencia
lógica de una actitud ilógica: la de intentar mantener el crecimiento infinito
en un planeta finito. Una idea no solo equivocada, sino suicida. Una idea que
nos puede llevar a muchas otras guerras. Nuevas ucranias que tendrán que
sucumbir al horror de la más nociva y peligrosa de las ideas que ha conocido
este planeta: la del crecimiento infinito.
¿Hay acaso algo más estúpido que una guerra? Pueden apostar que sí: una
guerra cuando los recursos menguan rápidamente y cuando la única respuesta
posible al reto ecológico que tenemos delante es compartida, cooperativa.
La única solución a la trampa de Tucídides
Si queremos solucionar este enredo hay que reconocer la hipocresía de
Occidente: por un lado consideramos cualquier mínimo gesto, como el del acuerdo
con las Islas Salomón, de una China poco expansionista –al menos militarmente–
como una amenaza para nuestra seguridad. Por otro lado, la expansión de la OTAN
ha sido espectacular en estos últimos 30 años. Y luego nos extraña que un país
que ha sido invadido dos veces en los últimos 200 años por ejércitos europeos
(Napoleón y Hitler) tema que pueda haber una tercera invasión, y que a la
tercera, ya se sabe. Hasta el papa Francisco comprende esto perfectamente y no
teme decir que la guerra de Ucrania quizá ha sido provocada por los “ladridos de la OTAN a las puertas de Rusia”.
¿Esto quiere decir que la OTAN sea la mala de la película y Putin una
novicia inocente? En absoluto. Putin es un sátrapa autoritario, liberticida, y
la invasión no se puede justificar de ninguna manera. La solución a la Trampa
de Tucídides es precisamente esa, salir de esquemas maniqueos de “buenos y
malos”, asumir la complejidad de las relaciones geopolíticas e internacionales,
y empezar a reconocer que va a ser imposible hacer frente a los retos que
tenemos como civilización si pensamos en seguir creciendo. Cuando el espacio o los recursos energéticos son finitos más te vale dejar
de crecer salvo que tu intención sea aplastar a los de al lado.
Toca cooperar para enfrentar el dilema del prisionero global que conforman
la crisis climática y la energética, un enredo en el que estamos todos metidos
y del que no se puede salir bien parado mediante guerras. La Trampa de
Tucídides 2.0, es evidente, no tendrá vencedor alguno. En el Otoño de la civilización todas son
potencias crepusculares. Puede haber un bando que pierda menos, sí, pero el
riesgo de destrucción mutua total no existía en los tiempos de las Guerras
del Peloponeso. La única opción pacífica es que la potencia dominante
renuncie a dominar militarmente a la ascendente y la ascendente sea generosa
con la que le deja espacio sin guerrear.
Necesitamos imaginar una política que no sea de bloques. No necesitamos
recetas conocidas o suaves reformas. Necesitamos un cambio enorme en poco
tiempo, pero que aún es posible. Hagámosle caso a Tolstoi, que algo sabía
de guerras y paces cuando escribió “pensamos que todo está
perdido cuando se nos hace salir de nuestro sendero habitual, pero es ahí
precisamente donde empieza lo nuevo y lo bueno”.
Juan
Bordera - Es guionista,
periodista y activista en Extinction Rebellion y València en Transició.
Antonio
Turiel - Investigador
científico en el Instituto de Ciencias del Mar del CSIC.
CTXT CONTEXTO Y ACCIÓN 27/05/2022
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